lunes, 5 de agosto de 2013

Personalismo



En los últimos doce años se fueron fortificando en la sociedad ciertos clichés que surgen de manera inexorable ante la cercanía de las elecciones sean estas presidenciales, legislativas o de cualquier tipo. Uno de ellos es la falta de representatividad que surge en la gente ante el reflejo de los candidatos, veremos cómo frase siempre armada que el pueblo en general se ve fuertemente desamparado ante las posibilidades o las opciones a la hora de definir su voto. Este argumento puede parecer por demás firme y suficiente, pero también nos permite eludir rápidamente la responsabilidad que nos compete a todos. Es decir, podemos aferrarnos a que nadie cumple con nuestras expectativas y de esta forma tomar como elección quien mas simpático nos caiga, desconociendo ideales, propuestas, valores y todo tipo de factor determinante para el futuro que ese candidato pueda brindar. O hacer de las elecciones un ejercicio a conciencia, tomar nuestras obligaciones como tales y volcar un poco de responsabilidad a semejante acto. No propongo realizar un estudio exhaustivo de cada uno de los candidatos, conocer cada uno de sus pasos históricos ni tampoco indagar a qué grupo sanguíneo corresponden, solo estar al tanto de las diversas opciones y qué pueden llegar a implicar sus propuestas e ideologías.
Haciendo un rápido pasaje por los diferentes candidatos me encuentro con una situación que puede darse por particular o simplemente una articulación más del entramado electoral.  Los partidos que representan a los oficialismos han optado por prescindir de las posibilidades y de las aptitudes de sus candidatos para darle máximo protagonismo a quien ejerce actualmente el cargo, sea a nivel nacional o provincial. Esto puede exponer tres situaciones:
Primero, queda claro que tanto la Presidente así como el Jefe de Gobierno tienen más posibilidades y oportunidades de encubrir la difusión de candidatos en el transcurso de un acto de gobierno, permitiendo de esta manera aumentar de manera exponencial la presencia de estos candidatos en los medios y a la vista de las personas.
Segundo, puede suscitarse cierto nivel de desconfianza en el desempeño que puedan mostrar estos candidatos, pueden encontrar ciertas falencias en sus bases permitiendo que peligre el discurso armado dando por tierra los intentos de supuestos proyectos que pretenden instalar.
En base a esta segunda situación es que el oficialismo pone como principal eje de campaña a los representantes de los cargos públicos. De esta manera me permito exponer la tercera situación, conocida como personalismo. En este punto quiero situarme para explicar que ciertas estructuras de poder que parecieran contar con sólidas bases tienen como único sustento la presencia y la conducción de una persona, estos casos pueden reflejarse tanto en el Frente para la victoria como en el Pro. Es decir, ambos partidos encuentran su razón de ser en el liderazgo de Cristina Kirchner en un caso y de Mauricio Macri en otro. Para muchos esto podrá o no ser importante pero tomemos en cuenta lo siguiente:
¿Cómo se puede establecer la visión de un proyecto de país a largo plazo si todo está circunscripto a lo que una persona pueda hacer en el tiempo que se le permite estar al frente de determinados cargos públicos? Esa representación sustentada en una persona lleva a que sus seguidores defiendan muchas veces sin juicio alguno cualquier iniciativa montada por su líder, entonces, ¿Cómo podrán sus seguidores diferenciar si su líder se ha bifurcado en distintos caminos de los originalmente planteados? Esto impide la gestación de un proyecto ya que el futuro se ve determinado por el humor y el pensamiento circunstancial del mandamás del partido. Se establecen pasiones, amores y odios que no responden a pensamientos políticos, a teorías macroeconómicas ni a ideales de inclusión o mejor distribución de las riquezas. Todo se vuelca hacia la pasión desmedida, se vislumbran frases en el aire viciado, deseando la muerte antes que otro político en los balcones presidenciales. Y en esa  vorágine nos volvemos polvo, nos resquebrajamos como pueblo, nos odiamos con nuestro prójimo, nos separamos de nuestras familias… Y al final… ¿Que fue lo que quedó? ¿Cuáles eran los principios que se defendían? ¿Cuál era el futuro que se proyectaba? ¿Qué país nos queda en esa batalla?
Solo escombros de una visión que se desarmó, un país dividido, sueños quebrados, caos y una espesa neblina impidiendo ver dos pasos más allá de donde nos situamos.  Hoy, pareciera no ser tarde para darnos cuenta que queremos un futuro, pero que debemos planificarlo desde ahora, que un estado no se hace con pequeños procesos dispersos de cuatro años, una patria se plantea a través de los años, con metas, con objetivos y de ninguna manera debemos creer que con la altanería, el avasallamiento y el desprecio hacia la opinión del otro algo bueno se podrá construir sino serán miles y miles de kilómetros  de destrucción, no solo desde lo material sino también de nobles ideales a los que quizás no les estamos dando la oportunidad de desarrollarse…
Por todo esto pido el esfuerzo de entender nuestro rol como ciudadanos, la posibilidad de elegir no es algo tan trivial y cada uno de nuestros votos encierra lo que deseamos ver el día de mañana en la patria que amamos. Pensemos qué país queremos, pensémoslo para nosotros y para quien venga detrás nuestro, porque un proyecto puede nacer, pero para que sea real y posible debe trascender a las personas y no sustentarse en una única figura que dejará sin respuestas a quienes decidieron seguirla sin pensar. Este es el desafío que tenemos por delante, no solo dependerá de nosotros, en el camino serán miles los obstáculos que encontraremos pero no queda margen para seguir especulando, no podremos recuperar este tiempo que estará en nosotros aprovechar o simple y mundanamente dejarlo pasar…

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