En los últimos
doce años se fueron fortificando en la sociedad ciertos clichés que surgen de
manera inexorable ante la cercanía de las elecciones sean estas presidenciales,
legislativas o de cualquier tipo. Uno de ellos es la falta de representatividad
que surge en la gente ante el reflejo de los candidatos, veremos cómo frase
siempre armada que el pueblo en general se ve fuertemente desamparado ante las
posibilidades o las opciones a la hora de definir su voto. Este argumento puede
parecer por demás firme y suficiente, pero también nos permite eludir
rápidamente la responsabilidad que nos compete a todos. Es decir, podemos
aferrarnos a que nadie cumple con nuestras expectativas y de esta forma tomar
como elección quien mas simpático nos caiga, desconociendo ideales, propuestas,
valores y todo tipo de factor determinante para el futuro que ese candidato
pueda brindar. O hacer de las elecciones un ejercicio a conciencia, tomar
nuestras obligaciones como tales y volcar un poco de responsabilidad a
semejante acto. No propongo realizar un estudio exhaustivo de cada uno de los
candidatos, conocer cada uno de sus pasos históricos ni tampoco indagar a qué
grupo sanguíneo corresponden, solo estar al tanto de las diversas opciones y
qué pueden llegar a implicar sus propuestas e ideologías.
Haciendo un rápido
pasaje por los diferentes candidatos me encuentro con una situación que puede
darse por particular o simplemente una articulación más del entramado
electoral. Los partidos que representan
a los oficialismos han optado por prescindir de las posibilidades y de las aptitudes
de sus candidatos para darle máximo protagonismo a quien ejerce actualmente el
cargo, sea a nivel nacional o provincial. Esto puede exponer tres situaciones:
Primero, queda
claro que tanto la Presidente así como el Jefe de Gobierno tienen más
posibilidades y oportunidades de encubrir la difusión de candidatos en el
transcurso de un acto de gobierno, permitiendo de esta manera aumentar de
manera exponencial la presencia de estos candidatos en los medios y a la vista
de las personas.
Segundo, puede
suscitarse cierto nivel de desconfianza en el desempeño que puedan mostrar
estos candidatos, pueden encontrar ciertas falencias en sus bases permitiendo
que peligre el discurso armado dando por tierra los intentos de supuestos proyectos
que pretenden instalar.
En base a esta
segunda situación es que el oficialismo pone como principal eje de campaña a
los representantes de los cargos públicos. De esta manera me permito exponer la
tercera situación, conocida como personalismo. En este punto quiero situarme
para explicar que ciertas estructuras de poder que parecieran contar con
sólidas bases tienen como único sustento la presencia y la conducción de una
persona, estos casos pueden reflejarse tanto en el Frente para la victoria como
en el Pro. Es decir, ambos partidos encuentran su razón de ser en el liderazgo
de Cristina Kirchner en un caso y de Mauricio Macri en otro. Para muchos esto
podrá o no ser importante pero tomemos en cuenta lo siguiente:
¿Cómo se puede establecer
la visión de un proyecto de país a largo plazo si todo está circunscripto a lo
que una persona pueda hacer en el tiempo que se le permite estar al frente de
determinados cargos públicos? Esa representación sustentada en una persona
lleva a que sus seguidores defiendan muchas veces sin juicio alguno cualquier
iniciativa montada por su líder, entonces, ¿Cómo podrán sus seguidores diferenciar
si su líder se ha bifurcado en distintos caminos de los originalmente
planteados? Esto impide la gestación de un proyecto ya que el futuro se ve
determinado por el humor y el pensamiento circunstancial del mandamás del
partido. Se establecen pasiones, amores y odios que no responden a pensamientos
políticos, a teorías macroeconómicas ni a ideales de inclusión o mejor
distribución de las riquezas. Todo se vuelca hacia la pasión desmedida, se
vislumbran frases en el aire viciado, deseando la muerte antes que otro
político en los balcones presidenciales. Y en esa vorágine nos volvemos polvo, nos
resquebrajamos como pueblo, nos odiamos con nuestro prójimo, nos separamos de
nuestras familias… Y al final… ¿Que fue lo que quedó? ¿Cuáles eran los
principios que se defendían? ¿Cuál era el futuro que se proyectaba? ¿Qué país
nos queda en esa batalla?
Solo escombros de
una visión que se desarmó, un país dividido, sueños quebrados, caos y una
espesa neblina impidiendo ver dos pasos más allá de donde nos situamos. Hoy, pareciera no ser tarde para darnos
cuenta que queremos un futuro, pero que debemos planificarlo desde ahora, que
un estado no se hace con pequeños procesos dispersos de cuatro años, una patria
se plantea a través de los años, con metas, con objetivos y de ninguna manera
debemos creer que con la altanería, el avasallamiento y el desprecio hacia la
opinión del otro algo bueno se podrá construir sino serán miles y miles de
kilómetros de destrucción, no solo desde
lo material sino también de nobles ideales a los que quizás no les estamos
dando la oportunidad de desarrollarse…
Por todo esto pido
el esfuerzo de entender nuestro rol como ciudadanos, la posibilidad de elegir
no es algo tan trivial y cada uno de nuestros votos encierra lo que deseamos
ver el día de mañana en la patria que amamos. Pensemos qué país queremos,
pensémoslo para nosotros y para quien venga detrás nuestro, porque un proyecto
puede nacer, pero para que sea real y posible debe trascender a las personas y
no sustentarse en una única figura que dejará sin respuestas a quienes
decidieron seguirla sin pensar. Este es el desafío que tenemos por delante, no
solo dependerá de nosotros, en el camino serán miles los obstáculos que
encontraremos pero no queda margen para seguir especulando, no podremos
recuperar este tiempo que estará en nosotros aprovechar o simple y mundanamente
dejarlo pasar…
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