viernes, 24 de mayo de 2013

Cientos de Enemigos



El mundo de las inseguridades pareciera ser abordado en múltiples ocasiones y por diversos autores, en donde cada uno expondrá de acuerdo a su manera de ver y sentir la influencia de estas flaquezas ¿espirituales? en la personalidad de cada uno y en la manera de desenvolverse. Pero hay muchos tipos de inseguridades, muchas veces vinculadas con igual número de personas, pero el desarrollo extendido de cada una sería inagotable y dejaría de manera muy clara mi total desconocimiento del tema, por eso me permitiré hacer referencia a una situación por demás particular.
         Creo no estar equivocado al afirmar que es la primera vez que voy a referirme a un tema vinculado con las relaciones o las búsquedas de conquistas (lamentablemente debo enfocarme con más ahínco en las malas experiencias que puedan surgir de estos intentos). Miles y miles serán las frases, consejos y revelaciones que se habrán intentado y volcado en infinitos libros, en su mayoría carentes de función alguna. Es por ello que trataré de no caer en los facilismos y las redundancias que de manera constante nos envuelven en empalagosos sabores de dudosa procedencia.
          Pero entiendo que ya ha sido suficiente justificación, a veces uno tiene la impresión que al hablar de temas vinculados con los sentimientos puede recaer en trivialidades, en golpes bajos o en sentimentalismos de escasa inspiración, en consecuencia, me sentí en la obligación de resguardarme vaya a saber uno por qué.
            La forma o los mecanismos de conquista varían de acuerdo a la persona y a las armas que cada uno posee, dentro de esas limitaciones, las cuales no podemos más que adjudicarlas a errores de confección de Dios al recaer en una equivocación genética o en el absoluto mérito de nuestros padres. En base a esto se conforma la personalidad del inseguro conquistador. Este personaje que para muchos y muchas generará un sinfín de sentimientos mezcla de la compasión y la ternura, ese ser desdichado y sufrido pero tan gentil de alma y corazón. En su triste y melancólico pasar tiene la ingenua idea de enamorarse, en primer término de una mujer en pareja. Esta situación lejos de ser un problema no es más que un refugio en donde pueden resguardarse las más oscuras frustraciones. ¿Pero qué sucede al momento en que esta dama se inmiscuye en los rumbos de la libertad amatoria? En ese preciso instante es que ese mundo ya plagado de incertidumbres pareciera multiplicarse haciendo existente un campo que carece de límites. Es decir, lejos de la inmensa algarabía que esta situación pudiera generar, todo lo contrario pareciera volcarse en el alma de este quijote. Y esto ocurre por diversas razones. Como primer punto, el amar a una mujer en pareja posibilita enfocar el odio y la desdicha en una sola persona, al desaparecer este factor esencial, el campo de enemigos cobra una multiplicidad que lejos de ser previsible, termina por transformarse en un infinito desierto de posibles competidores que, desde el punto de vista de quien lejos esta de considerarse un Don Juan, se torna inabarcable.
          La contienda lleva a que cada gesto de simpatía de la mujer amada llame a una incontrolable furia contra aquel guerrero sediento de la sangre de nuestra princesa encarcelada. Uno termina recayendo en el peor de los actos, buscará por cualquier medio defenestrar en la conciencia de la mujer la personalidad del competidor, no se limitarán los medios ni las frases en pos de tan bajo fin, todo aquel que busque acercamiento alguno caerá en la peor de las humillaciones y si es posible en el escarnio público jamás pergeñado.
         Primer frase trillada del escrito, en el amor y la guerra todo vale, pero tengo que aceptar que es perfectamente cierto. Muchas veces nos encontramos hundidos en las peores humillaciones, sin la mínima búsqueda de salvaguardar un ápice de nuestra dignidad en pos de la ínfima atención de nuestra presa (pido perdón por esta calificación). Llegaremos incluso a rogar por algún gesto de cariño, por una sonrisa sincera, y desconozco al nivel que se pueda llegar por la obtención de un beso.
           Todo pareciera ser útil, nuestra creatividad se pone espalda con espalda a nuestra par en el complejo entramado de acciones, en un alto porcentaje inútiles. Sabemos a que batalla nos enfrentamos, sabemos que la guerra es larga, que nos encontraremos varias veces de rodillas ante embates tales como aquel carilindo ocasional que en su trabado esfuerzo por hilvanar dos palabras seguidas desenfundará cual arma de destrucción masiva un promisorio abdomen colmado de imperfecciones, ya que de ningún modo aceptaremos que esas especies de parcelas cercadas nos inhiban a emprender un feroz contraataque. Pero en ese momento, en donde los ojos de nuestra amada han quedado hipnotizados solo nos resta retirarnos, sabiendo cuáles son nuestras armas y teniendo perfectamente en claro que nuestro cuerpo no es una de ellas.
            El ingenio siempre es valorado, la respuesta rápida, la frase oportuna, las risas magnificadas llamarán por demás la atención de todos… De todos aquellos que no nos interesan, corremos el riesgo de transformarnos en aquel divertido compañero, ese ser incondicional carente de sexualidad y que servirá de inminente refugio ante las desdichas, seremos receptores de cantidades de abrazos que tienen como única finalidad descifrar el motivo del rechazo de aquel heraldo al cual le deseamos el peor de los finales.
      Podemos seguir con millones de supuestos y teorías, elucubraciones y deseos; pero siempre terminaremos en la clara y contundente conclusión que nunca encontraremos fórmula alguna que nos permita asegurar tan anhelada victoria… esa victoria donde las armas de los combatientes se ponen en alto ante un grito furioso de triunfo y agonía, porque esas heridas sufridas se pierden en las lágrimas de la emoción que renace del corazón salvaje y bravío de la pasión de llegar a ella. Porque en nuestra vida no existe pasado, presente ni futuro, solo podemos rendir pleitesías ante nuestra diosa Eterna, nuestro ser amado.
          Y en el final de estas absurdas palabras no puedo dar por concreta ninguna afirmación, no puedo ilustrar el negro paladar de los estoicos guerreros, solo llego a la conclusión que todo servirá para lograr o para frustrar, pero siempre y por siempre todo esfuerzo habrá valido la pena…