miércoles, 6 de julio de 2011

Sociedades

Para diferenciar al hombre del animal se hace referencia a la capacidad de razonar, esa posibilidad es la que nos permite convivir en las diferentes sociedades a las cuales pertenecemos. El problema se presenta cuando uno cae en la penosa decisión de simplemente observar a su alrededor. Es probable que en primera instancia hagamos referencia al descontrol del tránsito, que busquemos fijación en los pocos y raídos árboles que presentan las ciudades urbanizadas, que levantemos nuestras miradas en la renuncia de una cuenta exacta de los pisos que conforman las repetidas torres que inhiben de manera prematura al Sol crepuscular.
Pero esta vaga descripción de algunos puntos que pueden encontrarse tan fácilmente en las calles cementadas, no es la búsqueda en la cual quiero centrarme. Mi observación trata de ilustrar o de ilustrarnos a cada uno de nosotros, a cada una de nuestras actitudes y miserias. Este tipo de muestreo requiere otro nivel de complejidad, casi de la misma magnitud en la cual recaemos en cada intento de comprensión de las acciones de aquellos que nos rodean. Esa misma complejidad es la que me lleva a dispersarme con palabras que a los oídos de cualquiera pueden llegar a sonar melódicas pero que no hacen mella en la expectativa de un concepto renovador.
Es de extrema dificultad hacer referencia de manera general a ciertas características que provocan este escozor en mi persona y que me llevan en un viaje de desilusión y penurias por el río de la traición en el cual parecieran siempre estar a flote quienes navegan y barrenan las olas del rencor. Ese rencor y el salvajismo de las palabras que emitimos en constantes juicios de personas a las cuales no dudaremos en abrazar en la primera ocasión que nos permita tomar una ventaja o disfrutar de la crítica de quien antes adorábamos.
Ese es el límite que no logro descifrar, cual es el camino del que se puede regresar, cuales son aquellas diferencias irreconciliables que nos tienen que fijar el fin de una posible relación. Hoy observo con total asombro como el pulso resulta inquebrantable ante la emisión de epítetos devastadores hacia quien tenemos al lado, como disfrutamos de la crítica indiscriminada y con la voracidad de fieras hambrientas nos regodeamos de las falencias ajenas, que mas de una vez no hacen mas que demostrar las fragilidades de nuestro espíritu mendigo y decadente. Ni siquiera mantenemos algún indicio de coherencia en la constancia de quien destruimos sino que nos liberamos en la posibilidad de hacerlo de manera aleatoria y variando el cómplice de turno.
En el ámbito que cada uno crea conveniente lo invito a observar como quienes se han atacado con los golpes mas bajos que se puedan pergeñar, tiempo después se encuentran entreverados en charlas amenas que intentan disfrazar una amistad sin sustento alguno y tan frágil como el cristal de sus valores.
¿Se pueden ocultar estas situaciones en la inverosímil excusa del perdón? ¿Es tan fácil borrar de nuestra conciencia todas las frases que decimos sin ningún control y después recaer en el conformismo de algo tan liviano como el borrón y cuenta nueva? ¿Cómo se pueden establecer lazos de confianza con quien puede llegar a utilizar el día de mañana tus miserias con el fin de humillarte?
Me veo reflejado constantemente en lo mediocre que puedo ser en el facilismo de encontrar un problema o alguna incongruencia pero incapacitado de manera total de establecer diagnóstico alguno. Quizá un punto de inicio nos lleve a pensar un poco más en nuestros actos y dejar en la conciencia de cada uno su forma de actuar. Con total impunidad nos calzamos el traje de juez y no reparamos en las cientos de causas que nos han encontrado culpables. Es interesante notar que vivir o querer manejar la vida de los demás no hace otra cosa que evidenciar lo tristes que deben ser nuestras vidas y lo miserables que podemos llegar a vernos ante un espejo que intenta reflejar una persona pero solo se encuentra con un espíritu demacrado que el tiempo ha castigado por sus propias decadencias.