El
mundo de las inseguridades pareciera ser abordado en múltiples ocasiones y por
diversos autores, en donde cada uno expondrá de acuerdo a su manera de ver y
sentir la influencia de estas flaquezas ¿espirituales? en la personalidad de
cada uno y en la manera de desenvolverse. Pero hay muchos tipos de
inseguridades, muchas veces vinculadas con igual número de personas, pero el
desarrollo extendido de cada una sería inagotable y dejaría de manera muy clara
mi total desconocimiento del tema, por eso me permitiré hacer referencia a una
situación por demás particular.
Creo no estar equivocado al
afirmar que es la primera vez que voy a referirme a un tema vinculado con las
relaciones o las búsquedas de conquistas (lamentablemente debo enfocarme con más
ahínco en las malas experiencias que puedan surgir de estos intentos). Miles y
miles serán las frases, consejos y revelaciones que se habrán intentado y
volcado en infinitos libros, en su mayoría carentes de función alguna. Es por
ello que trataré de no caer en los facilismos y las redundancias que de manera
constante nos envuelven en empalagosos sabores de dudosa procedencia.
Pero entiendo que ya ha sido
suficiente justificación, a veces uno tiene la impresión que al hablar de temas
vinculados con los sentimientos puede recaer en trivialidades, en golpes bajos
o en sentimentalismos de escasa inspiración, en consecuencia, me sentí en la
obligación de resguardarme vaya a saber uno por qué.
La forma o los mecanismos de
conquista varían de acuerdo a la persona y a las armas que cada uno posee,
dentro de esas limitaciones, las cuales no podemos más que adjudicarlas a
errores de confección de Dios al recaer en una equivocación genética o en el
absoluto mérito de nuestros padres. En base a esto se conforma la personalidad
del inseguro conquistador. Este personaje que para muchos y muchas generará un
sinfín de sentimientos mezcla de la compasión y la ternura, ese ser desdichado
y sufrido pero tan gentil de alma y corazón. En su triste y melancólico pasar
tiene la ingenua idea de enamorarse, en primer término de una mujer en pareja.
Esta situación lejos de ser un problema no es más que un refugio en donde
pueden resguardarse las más oscuras frustraciones. ¿Pero qué sucede al momento
en que esta dama se inmiscuye en los rumbos de la libertad amatoria? En ese
preciso instante es que ese mundo ya plagado de incertidumbres pareciera
multiplicarse haciendo existente un campo que carece de límites. Es decir,
lejos de la inmensa algarabía que esta situación pudiera generar, todo lo
contrario pareciera volcarse en el alma de este quijote. Y esto ocurre por
diversas razones. Como primer punto, el amar a una mujer en pareja posibilita
enfocar el odio y la desdicha en una sola persona, al desaparecer este factor esencial,
el campo de enemigos cobra una multiplicidad que lejos de ser previsible,
termina por transformarse en un infinito desierto de posibles competidores que,
desde el punto de vista de quien lejos esta de considerarse un Don Juan, se
torna inabarcable.
La contienda lleva a que cada
gesto de simpatía de la mujer amada llame a una incontrolable furia contra
aquel guerrero sediento de la sangre de nuestra princesa encarcelada. Uno
termina recayendo en el peor de los actos, buscará por cualquier medio defenestrar
en la conciencia de la mujer la personalidad del competidor, no se limitarán
los medios ni las frases en pos de tan bajo fin, todo aquel que busque
acercamiento alguno caerá en la peor de las humillaciones y si es posible en el
escarnio público jamás pergeñado.
Primer frase trillada del
escrito, en el amor y la guerra todo vale, pero tengo que aceptar que es
perfectamente cierto. Muchas veces nos encontramos hundidos en las peores
humillaciones, sin la mínima búsqueda de salvaguardar un ápice de nuestra
dignidad en pos de la ínfima atención de nuestra presa (pido perdón por esta
calificación). Llegaremos incluso a rogar por algún gesto de cariño, por una
sonrisa sincera, y desconozco al nivel que se pueda llegar por la obtención de
un beso.
Todo pareciera ser útil, nuestra
creatividad se pone espalda con espalda a nuestra par en el complejo entramado
de acciones, en un alto porcentaje inútiles. Sabemos a que batalla nos
enfrentamos, sabemos que la guerra es larga, que nos encontraremos varias veces
de rodillas ante embates tales como aquel carilindo ocasional que en su trabado
esfuerzo por hilvanar dos palabras seguidas desenfundará cual arma de
destrucción masiva un promisorio abdomen colmado de imperfecciones, ya que de
ningún modo aceptaremos que esas especies de parcelas cercadas nos inhiban a
emprender un feroz contraataque. Pero en ese momento, en donde los ojos de
nuestra amada han quedado hipnotizados solo nos resta retirarnos, sabiendo cuáles
son nuestras armas y teniendo perfectamente en claro que nuestro cuerpo no es
una de ellas.
El ingenio siempre es valorado,
la respuesta rápida, la frase oportuna, las risas magnificadas llamarán por
demás la atención de todos… De todos aquellos que no nos interesan, corremos el
riesgo de transformarnos en aquel divertido compañero, ese ser incondicional
carente de sexualidad y que servirá de inminente refugio ante las desdichas,
seremos receptores de cantidades de abrazos que tienen como única finalidad
descifrar el motivo del rechazo de aquel heraldo al cual le deseamos el peor de
los finales.
Podemos seguir con millones de
supuestos y teorías, elucubraciones y deseos; pero siempre terminaremos en la
clara y contundente conclusión que nunca encontraremos fórmula alguna que nos
permita asegurar tan anhelada victoria… esa victoria donde las armas de los
combatientes se ponen en alto ante un grito furioso de triunfo y agonía, porque
esas heridas sufridas se pierden en las lágrimas de la emoción que renace del
corazón salvaje y bravío de la pasión de llegar a ella. Porque en nuestra vida
no existe pasado, presente ni futuro, solo podemos rendir pleitesías ante
nuestra diosa Eterna, nuestro ser amado.
Y en el final de estas absurdas
palabras no puedo dar por concreta ninguna afirmación, no puedo ilustrar el negro
paladar de los estoicos guerreros, solo llego a la conclusión que todo servirá
para lograr o para frustrar, pero siempre y por siempre todo esfuerzo habrá
valido la pena…
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