lunes, 25 de abril de 2011

La sociedad de los profesionales ignorantes

¡Mi hijo el dotor! Decía con profuso orgullo la señora de la esquina de otro Buenos Aires del que solo quedan los retazos de un futuro que no fue. Me tengo que retrotraer a varias generaciones atrás en donde la posibilidad de estudiar era un privilegio para pocos. El estudio de aquel hijo era la meca a la que aspiraba cualquier padre a costa del sacrificio de un empleo poco rentado.  En la época de mis abuelos, que en general apenas tenían el recuerdo de alguna maestra de la primaria, sus corazones bordeaban la posibilidad del estallido ante el indicio de que alguno de sus hijos pudiera ser un profesional que enalteciera con orgullo aquel apellido de inmigrantes.
En aquellos lejanos años, que distintos eran los estudiantes… Esa rebeldía politizada, el reclamo permanente de causas imposibles. La Universidad no se limitaba a la simple enseñanza de una carrera con el fin de crear robots que logren cerrar con perfecta exactitud un balance. La facultad era un epicentro de conocimientos que despertaba la pasión de aquellos jóvenes militantes. Verdaderos hombres con ideologías marcadas pretendían forjarse en esos pasillos a los cuales el tiempo ya empezaba a jugarles en contra.
En las discusiones de los pequeños partidos estudiantiles, en el intercambio de opiniones el conocimiento y las distintas ideas fluían en un torrente que contrario a apagar ese fuego interno, se prestaba a saciar la sed del espíritu combativo. Mediante todas estas influencias se conformaba un profesional con todas las letras, un hombre que no se limitaba a enunciar con potente voz el Preámbulo de la Constitución sin conocer las ideas de los inmortales que lo habían conformado.
            Cuan fuerte es el contraste con el pálido presente de una Facultad que no solo sus paredes parecen caerse a pedazos sino también somos testigos de cómo se desmaterializa esa noble idea de forjar personas integras y formadas para torcer el destino de una Nación que no parece encontrar su rumbo probablemente por la eficacia de quienes buscaron incentivar el desinterés de quienes hoy deberíamos tomar partido en esta historia.  
Los actuales facultativos recaen en la cómplice idea de solo limitarse a los programas que le son conferidos, atravesando la facultad sin ningún tipo de conexión con otras ideas, con otros pensamientos. Cada vez nos alejamos más y más del real conocimiento fomentado por los diversos ámbitos a recorrer. Con cuanta candidez nos dejamos conformar con los simples saberes de una carrera que en ningun momento nos prepara para darle a nuestra vida una razón de ser…
Probablemente sean varias las voces que pretendan desprestigiar lo expuesto haciendo de la carencia de título en mi persona la bandera del resentimiento y el rencor por un logro no concretado. Quizás en lo profundo de mi ser pueden encontrar vestigios de tales sentimientos, pero prefiero dejarme llevar por la razón y solo hacer una descripción de lo poco que puedo advertir.
Seria necio de mi parte desconocer que toda una generación apostada a la idea de luchar por los intereses de una Nación fue estratégicamente destruida por una dictadura atroz, y que ese vacío y los miedos generados contribuyeron con esta pasividad. Pero es nuestro deber saber que estamos a tiempo, que debemos involucrarnos y no solo pensar en los beneficios de un título que solo contribuirá a la decoración de algún estudio pero que no representará una ferviente promesa para el andar de un país mas que castigado.
Probablemente mi contribución para este cambio carece de trascendencia pero intenta desde el ostracismo de las ideas generar alguna conciencia en quien quiera recibirlo. Puede ser un comienzo, puede estar cerca el final, no lo se y tampoco ha de importarme al menos por ahora…

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